El domingo de regreso, frente al aeropuerto de Guadalajara.
Déjà vú. Otro noviembre que no debía existir. Pensaba que no tenía nada para mí entonces traté de ayudarlo a pasar rápido para que llegue Buenos Aires. Pero acá está recordándome que para que las cosas cambien no se necesitan más que unos segundos de vida. Me presenta al DF en forma de piel. Una piel que está justo en la mitad del camino que separa la realidad de la fantasía. Pero eso yo no sé cuánto puede doler. Yo paso de la realidad que te arrastra por el suelo, al cielo de conseguir lo que parece imposible. ¿Cómo será tener algo hermoso y real? No voy a mirar atrás, mi papá me enseñó que siempre hay que mirar adelante. Eso fue lo que me puso de pie y me hizo llegar hasta esta habitación que está tan lejos de mi casa. A pesar de todo su amor, a pesar de quedarse sin su beso de todas las buenas noches y de cada gol de River, a pesar de no tener con quién jugar, a pesar de no tener con quien discutir, a pesar de todo su miedo por creerme tan chiquita, me enseñó que para crecer cada día que me despierto tengo que mirar hacia adelante. Como dice Ismael “que el hecho de estar vivo siempre exige algo” y sí, claro que sí. Sigo aprendiendo que en la vida todo es ganar y perder. Quiero decir que me siento viva cuando lloro, cuando me duele, pero también quiero decir que es difícil crecer a conciencia, aprendiendo en cada paso. Aunque no concibo que la vida me pase de otra manera, porque una lágrima es el precio de haber tenido una risa. Y parece ser que la vida así es. Es ganar para después perder, es perder para ganar después. Y duele. Es verdad, amarte duele. Amar una ciudad, amar una amistad, amar un gesto, todo eso duele y ese dolor denota la gran felicidad que nos da cuando existe. Qué delgada que es la línea que separa la felicidad del dolor. Pero habrá que aprender a estar viviendo sobre ella.
Déjà vú. Otro noviembre que no debía existir. Pensaba que no tenía nada para mí entonces traté de ayudarlo a pasar rápido para que llegue Buenos Aires. Pero acá está recordándome que para que las cosas cambien no se necesitan más que unos segundos de vida. Me presenta al DF en forma de piel. Una piel que está justo en la mitad del camino que separa la realidad de la fantasía. Pero eso yo no sé cuánto puede doler. Yo paso de la realidad que te arrastra por el suelo, al cielo de conseguir lo que parece imposible. ¿Cómo será tener algo hermoso y real? No voy a mirar atrás, mi papá me enseñó que siempre hay que mirar adelante. Eso fue lo que me puso de pie y me hizo llegar hasta esta habitación que está tan lejos de mi casa. A pesar de todo su amor, a pesar de quedarse sin su beso de todas las buenas noches y de cada gol de River, a pesar de no tener con quién jugar, a pesar de no tener con quien discutir, a pesar de todo su miedo por creerme tan chiquita, me enseñó que para crecer cada día que me despierto tengo que mirar hacia adelante. Como dice Ismael “que el hecho de estar vivo siempre exige algo” y sí, claro que sí. Sigo aprendiendo que en la vida todo es ganar y perder. Quiero decir que me siento viva cuando lloro, cuando me duele, pero también quiero decir que es difícil crecer a conciencia, aprendiendo en cada paso. Aunque no concibo que la vida me pase de otra manera, porque una lágrima es el precio de haber tenido una risa. Y parece ser que la vida así es. Es ganar para después perder, es perder para ganar después. Y duele. Es verdad, amarte duele. Amar una ciudad, amar una amistad, amar un gesto, todo eso duele y ese dolor denota la gran felicidad que nos da cuando existe. Qué delgada que es la línea que separa la felicidad del dolor. Pero habrá que aprender a estar viviendo sobre ella.
Duele, pero merece la pena, siempre que no se pierda la vista del futuro, de lo que tienes delanta. Ánimo, hay tanto mundo... hay tantas personas...
Ladhu! gracias por tus comentarios de siempre!!!