25.12.05


Sé que después de dejar las cosas en el hotel caminé 3 cuadras para llegar a Notre Dame, sé que miré el Sena y sus puentes y tenía ganas de llorar. Y esa primera mirada de París estaba bien sola. Me pertenecía, eran todas mis lágrimas. Después tuve ganas de llamar a mi casa (pero los franceses no tienen locutorios) quería decirle a mi mamá, a mi papá y a mi cuchino que pisaba París. En seguida vi Shakespeare & Company, y entré al París de antes del atardecer. Tenía sus planos, caminé y caminé, que París es para caminar sin pestañar, es para no olvidar nunca o volver siempre. Llegué hasta el Quai Henry IV y terminé en Le Pure Café, ese en el que descubrimos que Jesse tiene alianza pero todavía mira a Celine como antes del amanecer. Oscureció muy temprano, así que volví al hotel y me fui a dormir porque la última noche de Barcelona me había sacado hasta la voz. Así fue mi primer día en París. Luego vinieron todos los típicos lugares que me gustaron mucho pero que no eran el París de mis sueños. Igual en París cada cosa tiene algo y en el Louvre me acordé de esa escena genial de Los soñadores de Bertolucci en la que imitando una vieja película los tres chicos corren intentando escapar de la policía y Montmarte recuerda tanto a Amelie. Para volver al hotel, siempre tomaba el metro hacia Gare d´Austerliz sin poder evitar quitarme de la cabeza durante los cuatro días la voz de Joaquín diciendo "se peinaba a lo garçon la viajera que quiso enseñarme a besar en Gare d´Austerliz". Posamos como divas para la foto del Arco del Triunfo y llegamos de noche a los Jardines de Luxemburgo... El plan para el tercer día empezaba muy bien, caminar por el Quai de Conti hasta el Pont des Arts y si una antes soñaba con ser la Maga, ahí no se podía pensar en menos. Parecía increíble que esas palabras que tanto había leído se convirtieran en realidad. París es mágico y los franceses desagradables aunque intentes hablar su idioma, hasta cobran 0.50 euros por entrar al baño de un bar aunque estés consumiendo. Así que nos pusimos felices cuando en la Torre Eiffel conocimos a unos chicos españoles, de Lugo. Manu cantaba "París, la nuit c´est fin" y nosotros, sólo por esa noche, no le dimos la razón. Fue la mejor noche de París. Paseamos a orillas del Sena, vimos qué tétrica puede resultar Notre Dame si es de noche y hay luna llena, bailamos en la calle con la típica música del acordeón. Buscamos una gasolinera abierta por todo París, así fue que conocimos hasta su barrio chino. Luego, nos resignamos y fuimos a seguir disfrutando de la noche. En Francia no hay gasolina después de las diez pero hay cerveza blanca y cantamos y hablamos con todo el bar, en lo que podíamos, un poco de francés, de castellano, de inglés. Después, sé que caminamos por el Barrio Latino, que pasamos por la Sorbonne y que por momentos no lo podía creer. A la mañana siguiente tenía la cita más esperada, agarré el jazmín porteño y fui a agradecerle, por todas las sorpresas que me dio, todas las veces que me hizo sentir un poco menos sola, un poco menos loca. De alguna manera él me había llevado hasta París.

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